De un tiempo para acá he notado un cambio en el servicio y oferta de muchos restaurantes, especialmente los más ‘cachetosos’ o de moda, y no estoy tan segura de que me guste. ¿Seré solo yo? Les cuento tres momentos que viví hace poco.

El primero. Está comprobado que un cliente vuelve por el servicio más que solo por la comida. Pero el exceso o sobreactuación del mesero puede ser abrumador. Fui a probar un nuevo sitio en el que tienen un lindo salero de diseño en la mesa, y mi acompañante, a quien le fascina ponerle sal a todo (no lo voy a juzgar), estaba feliz usándolo. El mesero, en cambio, se dedicó a devolverlo a su lugar junto al pimentero para que todo se viera ordenado como si se tratara de un adorno, al final y no estoy exagerando, tuve que abrazarme del salero. También, como por arte de magia, nos sirvió la botella de vino en minutos, haciendo ‘refill’ sin consultar. Casi que lo invitamos a que se sentara con nosotros, no nos dejó ni un minuto en paz. Los excesos de servicio aburren y dejan un mal sabor.

El segundo. Ordenar un vino se ha vuelto más difícil que llenar el formulario de la declaración de renta. En otro lugar llamamos al ‘sommelier’, para que nos guiara, y comenzó a preguntar: ¿qué cepa? ¿De qué país? ¿De qué región? ¿Viejo o Nuevo Mundo? ¿Afrutado? ¿Con carácter? La cosa se complicó porque ni siquiera sabíamos qué queríamos comer, y lo único que el experto no preguntó fue eso ¿Acaso el vino no debería acompañar la comida? Qué pereza, porque en lugar de asesorar hacen sentir al cliente como un ignorante. Duramos tanto tiempo tratando de definir el vino que hasta llegué a pensar que mejor pedíamos cerveza, aunque esta también tiene su quid, que si artesanal, nacional o importada, que el grado de alcohol, que si tal o cual estilo, tipo o color, mejor dicho…

El tercero: ‘por favor me trae un tinto’, frase común al final de una comida. Pero ya esto no es tan simple, ahora cuando traen un café explican la parcela, la región, la zona, la altitud, la finca, falta que digan la hora de la cosecha y hasta el nombre del campesino. Caramba, que exceso de información tan agobiante.

No se equivoquen, me entusiasma que los profesionales de la industria busquen y ofrezcan lo mejor, y como clientes lo valoramos, pero no creo que haya la necesidad de contar tanto cuento: menos es más. Dejemos a un lado ese falso arribismo culinario y disfrutemos de la buena mesa sin tanta pretensión. ¿Seré solo yo?

ELTIEMPO

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