“Papá, si no dejamos de sembrar coca, nos van a matar”. Esas fueron las palabras que dijo Neyder Fernando Culchac Gómez a su padre en una tarde de marzo del 2008, luego de que el Ejército realizó un operativo de erradicación en la vereda de La Pradera, en el departamento de Putumayo.
Desde que Neyder tiene memoria trabajó en la producción de cocaína. Nació en medio de la coca, al igual que sus cinco hermanos. Dice que tal vez comenzó cuando tenía 4 años, como raspachín –el encargado de recolectar la mata–, pero poco a poco fue teniendo más responsabilidades y pasó a participar en los demás procesos en el laboratorio, pues en la finca, además de sembrar la hoja, procesaban la pasta y la dejaban lista para venderla a cualquiera.
Sus padres conocieron la coca cuando eran adolescentes, a comienzos de los 90, y ese se convirtió en el único sembrado de la finca.
Recuerda que disfrutaba del trabajo, en especial el de raspachín. Además, no sabía que manipular los químicos en el laboratorio afectaba su integridad y también la de otras personas. Así fueron sus primeros años de vida.
No había internet, televisor, ni electricidad. Lo único que podía hacer después de ir a la escuela, donde estudiaba con otros 12 niños, era jugar en los cocales y trabajar en la finca para ayudar a sus padres, como todo buen hijo de familia campesina.
Esa era la vida de Neyder, quien se hizo hincha de Nacional por influencia de su padre. Cuenta que su nombre es en honor a Néider Morantes, que en 1998, año en que nació, jugaba en Nacional.
Al principio fue muy duro. Además, los grupos armados de la zona no estaban de acuerdo con la con la decisión que tomamos
El futuro estaba definido. No tenía otro camino. No iba a ser universitario, ni futbolista ni militar. Estaba destinado a sembrar coca toda su vida, o hasta que la perdiera, como les pasó a varios de sus vecinos y tíos, que fueron asesinados.
“Solo teníamos una visión, y era que no podíamos salir de ese mundo, que era lo único que teníamos. No podíamos soñar con la ciudad, pensábamos que era imposible salir de Putumayo, aunque ese es el lugar más hermoso del mundo”, cuenta el joven.
Pero llegó el día que cambió la vida de los Culchac Gómez y de más de 400 familias de La Pradera. Era una mañana de marzo del 2008. Neyder cursaba quinto de primaria. Hacía calor. Era un día como cualquier otro, todo estaba tranquilo. Sí, un buen día para producir cocaína.
Sin embargo, unos hombres armados y vestidos de camuflado llegaron a la finca y acabaron con la mitad de la siembra. Fue el Ejército, que efectuó un operativo de erradicación en la vereda.
La familia no pudo hacer nada. A esa edad ya sabía que lo que hacía era ilegal y era consciente de que si seguían cultivando terminaría preso o muerto.
Se reunieron en la sala de la casa. Estaban asustados, no sabían qué hacer. Hablaron, discutieron y tomaron una decisión que cambió su vida para siempre.
Querían un futuro, querían vivir. Fue ahí cuando pensaron en tener un cultivo legal, duradero y que se pudiera comer. Los hijos hicieron la propuesta, pero los padres no estaban convencidos, era lo único que conocían. Al final aceptaron y destruyeron la parte del cultivo que el Ejército les dejó.
“Al principio fue muy duro. Además, los grupos armados de la zona no estaban de acuerdo con la decisión que tomamos. En ese momento, lo que nosotros hicimos era para héroes”, explica Neyder.
Él y su familia se convirtieron en pioneros en la erradicación de cultivos ilegales en su municipio y en el reemplazo de los cultivos por pimienta y cacao. Desde entonces, Neyder es un líder de su departamento, motivo por el cual participó en el One Young World realizado en el mes de octubre en Bogotá, con el apoyo de Ultraserfinco. “Fui el único joven que dio el testimonio a nivel mundial de cómo nos cambió la vida luego de que decidimos dejar de sembrar coca. Fue la oportunidad para decir que Putumayo no solo son cosas malas, que hay gran potencial”.
ELTIEMPO