Como en los tiempos de Pablo Escobar, en los que el narcotraficante se enfrentó al Estado, hoy uno de sus sicarios, Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, libra una batalla judicial en la que está en juego su libertad. Cuando muchos pensaban que, tras pagar 23 años y tres meses de prisión por concierto para delinquir, secuestro simple, homicidio, tráfico de estupefacientes, entre otros delitos, abandonaría el mundo del crimen en el que se movió por más de una década, hay hechos, testimonios y documentos que parecen demostrar que faltó a su promesa de no volver a delinquir.

En agosto de 2014, el Juzgado Primero de ejecución de penas de Tunja otorgó a Popeye el derecho a libertad condicional, tras un largo camino en el que su defensa logró una reducción en la pena. El beneficio implicaba un compromiso de no reincidencia. Ahora, desde la Fiscalía y el Ejecutivo se oyen voces que dicen que Popeye debe volver a la cárcel. El confeso narcoterrorista insiste en que él es un “exbandido en busca de una nueva oportunidad en la sociedad”. El origen de la discordia fue su presencia en el sitio donde fue capturado el jefe de la Oficina de Envigado, Juan Carlos Mesa, alias Tom, el pasado 9 de diciembre.

“No es delito ir a una fiesta, por eso me liberaron”, trinó Popeye 24 horas después de la captura de alias Tom. Sin embargo, el tema no es tan frívolo ni tan sencillo de resolver. “No se trata de discutir si Popeye puede ir o no a una fiesta. El tema es con qué tipo de personas se está reuniendo este señor, eso es lo grave”, manifestó uno de los investigadores que le siguen la pista. Por eso, la pregunta que continúa en el aire es: ¿Siguió delinquiendo? Según Claudia Carrasquilla, directora de la Unidad contra el Crimen Organizado en Medellín, la respuesta contundente es sí.

ELESPECTADOR

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