Los jugadores de Millonarios salieron a correr, la organización entró a acomodar la premiación, pero no, no, devuelvan todo, el partido no ha terminado. En una escena salida de Macondo, una que solo podía pasar en Colombia, el embajador levantó su estrella 15.
Era el minuto 94 y el árbitro Wílmar Roldán parecía que había señalado el final del juego, pero hizo devolver todo porque aún no terminaba, faltaba una jugada más. Un balón en el aire pudo parecer una eternidad, pero el capitán Andrés Cadavid la rechazó tan fuerte como pudo y ahí sí estalló el júbilo en los únicos que podían estar de azul en El Campín, y se extendió hasta el parque Simón Bolívar, donde estaban los hinchas de Millonarios y toda la Bogotá azul.
En la previa, la ansiedad se tomaba el alma; los nervios, la mente; el miedo hacía que el frío fuera dueño del cuerpo de cada hincha de Santa Fe y Millonarios. Y cómo no. Es que no era uno de esos clásicos que quedan en el historial, no era ni el ciento y pico que iban a ganar los embajadores, o uno más para que descontara el rojo. Si los clásicos no se pueden perder, el de este domingo en la noche era el más importante de la estantería.
ELTIEMPO