Henry Rojas tenía su invitación a la fiesta. Tenía puesto el traje de héroe debajo de la camiseta azul. Simplemente se hizo esperar en el banco de suplentes, como para hacer aún más heroica su hazaña. Cuando por fin fue a la cancha llevaba la estrella 15 de Millonarios debajo del brazo, también una bazuca en su pierna izquierda.
Iban 32 minutos del segundo tiempo de la final contra Santa Fe. Más de medio partido. Casi una vida entera para los hinchas azules. Fue cuando el técnico Miguel Ángel Russo miró al banquillo con seguridad, como si el cambio lo tuviera pensado, fuera cual fuera el resultado. O como si anticipara que quedaban minutos dramáticos y que Santa Fe iba a tomar vida.
Así que allá fue Rojas. Hizo un par de toques de balón y le tocó ver y vivir cómo Wilson Morelo, el peor de los verdugos de Millos, anotaba el segundo gol de Santa Fe y ponía en bandeja de plata la ruleta de los penaltis. El estadio, rojo, agitado como si tuviera vida propia, no intimidó a Henry Rojas. Tal vez solo lo envalentonó.
Rojas, de la casa
Henry Rojas, de 30 años, ya pasó a la historia de Millonarios. Valga la pena recordar que llegó en el 2015 al club, así que llevaba dos años buscando esa estrella 15. Ya es un hombre de la casa azul. En esta etapa ha tenido altibajos, momentos buenos y malos, ha padecido lesiones, dificultades, también ha tenido golazos, como acostumbra, los de media distancia que son su fuerte, los que saca de su cañón izquierdo, el mismo que no olvidó anoche.
Perdió la titular. Una lesión de pubalgia lo sacó de las canchas durante un mes. Y le costó volver. Hacía fila, como tantos otros jugadores, por encontrar un lugar, pero Millonarios ya estaba más que ensamblado, estructurado. El equipo encontró un juego que lo fue guiando a la final. Entonces Russo no cambió. Mantuvo a Rojas como un arma secreta, como un as bajo la manga para que entrara en momentos difíciles. Para que entrara al momento más difícil de todos. A la final.
ELTIEMPO