Muchos seguidores y compañeros de ruta del expresidente Juan Manuel Santos se han dado a la tarea de afirmar que el santismo no existe. Ante la cuestionada presencia de varias de sus fichas cercanas en las diferentes campañas electorales de centro y extrema izquierda, estas han decidido negar sus lazos. Lo curioso es que lo hacen al tiempo que han saltado a la escena como los férreos defensores de sus ideas y de sus practicas non sanctas. La sombra del expresidente premio Nobel de paz está en todas partes y con el mismo discurso veintejuliero y trasnochado de la defensa de los acuerdos de paz. Todo indica que esa es la gran apuesta del expresidente, ya que su particular estilo de jugar con cartas bajo la manga hasta ahora le ha dado resultados. Por eso no es de extrañar que la estrategia negacionista sea la salida que han encontrado quienes saben que cada vez más se hace evidente que Santos no juega limpio y que como tribuno no vende. Y lo que se observa es que hoy más que nunca la consigna que se impone in pectore en el pacto histórico es que guerrilleros y marrulleros jamás serán vencidos.

Juan Manuel Santos sabe que nunca hubiera sido presidente de Colombia si no fuera porque le hizo conejo al expresidente Alvaro Uribe Vélez, quien definitivamente si era un gran líder popular y extraordinario movilizador de masas con sus respectivos réditos en materia electoral. Santos sabe que no tiene una cauda propia, que no goza de simpatía personal y que carece totalmente de carisma como para encabezar un movimiento bajo su liderazgo. En el fondo sabe que no solo se necesita actuar, sino que se requiere tener coherencia para pararse frente a un público y tratar de convencerlo. Sabe que para ser presidente tuvo que actuar como un verdadero Caballo de Troya en el partido de Uribe y que sus ejercicios electorales los tiene que hacer siempre a costa de las maquinarias electorales de otros, llámense Musas, Ñoños, Roys o Benedettis. Juan Manuel santos no ha sido ni será una figura popular como lo fue el expresidente Uribe. Sabe que era un burgués con pretensiones aristócratas ancladas en haber sido nieto de expresidente y haber nacido en una familia poderosa con fortuna económica, pero sin el más mínimo arraigo social, con total desconocimiento de las necesidades de la comunidad y sin ningún compromiso con los sectores menos favorecidos.

Su filosofía era el poder por el poder y no importaba si para acceder a él tenía que hacer alianzas con Carlos Castaño o si fraguaba un golpe de estado para derrocar a Ernesto Samper en medio del proceso 8,000. Nunca se sabe exactamente qué piensa porque no da la cara. Siempre mueve fichas por debajo de la mesa como un verdadero as del póker y siempre encuentra oportunistas y mercaderes de la política que están prestos a venderse al mejor postor para echar a andar su sórdido proyecto político. Por eso contra viento y marea, en contravía de la voluntad popular que le dijo NO a un plebiscito por la impunidad de la narcoguerrilla, sacó adelante con marrullas y juegos soterrados el famoso Acuerdo de paz de La Habana, el cual hasta ahora no ha dejado claro sino que hay unos guerrilleros burocratizados en el Congreso y que el resto sigue en la guerra de guerrillas y en la combinación de todas las formas de lucha, como ya lo han expresado desde Venezuela las supuestas disidencias de las FARC y los cabecillas del ELN, que hoy le hacen campaña descaradamente a la propuesta de Gustavo Petro y Francia Márquez. Hoy la apuesta de Santos es unir a las izquierdas, la armada y la parlamentaria alrededor de Gustavo Petro.

Mandar a su ficha, Alfonso Prada, al Pacto Histórico de Petro y Márquez es una jugada maestra. Prada fue uno de sus principales escuderos del gobierno Santos y quizás el alfil determinante en la treta de voltearle la torta al plebiscito a punta de mermelada. Prada es al igual que Armando Benedetti y Roy Barreras, ese tipo de políticos que ve la actividad política como negocio privado, que se mueven como pez en el agua en las entidades más jugosas del estado a las que ven como unas auténticas minas de plata, que les permiten caletas en apartamentos, dineros entregados en la playa y tulas con fajos de billetes. Esos políticos que no tienen escrúpulos y que para ejercer cuentan con escasos principios y sobrados finales. Esa clase política que Rodolfo Hernández cachetearía gustoso y que saben mover grandes clientelas electorales luego de haber cobrado duro en materia burocrática, que es lo que retroalimenta la figura de poder y dinero. Lo clave es que este movimiento santista sólo de produce luego de que la ingeniosa idea de inventarse al exrector de Los Andes, Alejandro Gaviria resultó fallida y de que la movida de habérsele metido al rancho al candidato de centro izquierda Sergio Fajardo, no parece haber cuajado en sus cálculos electorales.

La jugada santista de metérsele al rancho a Sergio Fajardo resultó como el abrazo del oso y finalmente intentar ponerle un viceministro negro para sensibilizar populistamente con el tema racial le salió mejor a Petro con su vceministra negra, porque por ser mujer y pobre multiplicó exponencialmente el sensiblerismo discriminatorio. Pero lo cierto es que todos estos politiqueros voltiarepistas que consideran que la política es tan dinámica como para pasar impunemente de ser furibistas a comunistas o de neoliberalistas a socialistas y de peñalosistas a petristas van a terminar por negar tres veces a Santos antes de que cante el gallo. Lo que sí les quedará difícil es vender el cuento de que están allá por izquierdistas o por demócratas porque todo el mundo sabe que son y serán camaleones que se montan al bus que creen ganador, y sobre todo que se arriman al árbol que mejores sombras les garantiza para poder seguir pelechando de lo que Rodolfo Hernández llama robarse los dineros públicos. Y en todo caso el santismo, que cree tener la habilidad de estar todas partes, seguramente hasta a Fico Gutiérrez intentará infiltrar, no será raro. Y aunque esté en todas partes no es que sea como Dios, sino que más bien es realmente como el diablo porque el diablo no existe, pero el mal cunde.

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