El juez más justo que he conocido es el tiempo, incorruptible e infalible, no comete errores. Justo juez de los hombres, del destino, de la razón y del pensamiento. Del pasado y del futuro.

Nadie ha podido doblegar su justicia, ni Salomón, ni el Rey David, ni Hitler, aquellos los tiranos, quienes han participado en guerras y exterminios, o quienes han realizado las obras más grandes por la humanidad. El tiempo nos revela lo débiles que somos, lo efímeros que seremos después de morir. La diferencia entre el tiempo como juez y los hombres que imparten justicia es que el tiempo no vende su conciencia ni acomoda sus decisiones. No se doblega ante el poder de quien, por su codicia, asesina ni de quien empobrece a su pueblo. 

También es cierto que para aquellos que no reconocen al tiempo como juez y olvidan los hechos de la historia, están obligados a repetir errores y pasarlos de generación en generación. Hemos visto desaparecer los barcos de vapor, los trenes, las películas en DVD, las empresas que revelaban los rollos y películas de las cámaras de retratar, la máquina de escribir; hoy, el empresario, inversor y magnate, Elon Musk, trabaja en desarrollar vehículos eléctricos que permitan los viajes espaciales,  con el fin de colonizar otros planetas, pero el hombre aun con los inventos más extraordinarios como el internet, la telefonía celular o la cepa del covid-19, no ha podido detener el tiempo ni la muerte; el creador del universo nos dejó el tiempo como justo juez.

Podrán existir tribunales, jueces de múltiples causas, pero la divina justicia del tiempo es infalible.

Lamentablemente, el ministerio del tiempo consume la corta vida de quienes oprimen y de los oprimidos, unos en la comodidad y otros en el sufrimiento. La razón no la tendrán los ricos ni los pobres, la nobleza ni los plebeyos, los políticos ni el pueblo, el capitalismo ni el socialismo. La razón la tendrá el tiempo como justo juez.

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