Gloria Espinosa murió 41 días antes de cumplir 50 años. Pero qué carajos, esta barranquillera excepcional, madre, esposa, guerrera de la vida, que pasó del anonimato a la admiración pública en reconocimiento a su entereza para aceptar lo inevitable de su destino, ya había celebrado unos meses atrás y, además, en grande ‘Las patronales 50 de Gloria’, como anhelaba su corazón.
Sabemos que se marchó tranquila, en absoluta paz, rodeada del amor de sus personas más cercanas, esposo e hijos, en el calor de su hogar, tal cual había dispuesto con serenidad su despedida de este mundo. Ni vestido elegante ni ceremonia convencional, Gloria –auténtica hasta después de su partida– también dejó claras instrucciones para su funeral. Lo imaginó como un encuentro entrañable entre seres queridos en el que fuera recordada en unión y con alegría, preservando su esencia vital, la de ser una luchadora que demostró gran templanza hasta el final.
Doce años batalló contra el liposarcoma mixoide, un tipo de cáncer poco frecuente que se forma en las células que almacenan la grasa en el cuerpo. Su primer diagnóstico, en 2012, la mantuvo en pie de lucha durante siete años. Resultó victoriosa. Su segundo diagnóstico, en 2020, cuando la enfermedad sobrevino mucho más agresiva, le hizo comprender que estaba a punto de comenzar a recorrer un camino difícil, doloroso y, probablemente, sin retorno hacia la eternidad.
Sin rendirse ni sentir miedo, siendo consciente de que su tiempo se acortaba día tras día, Gloria asumió con pragmatismo extraordinario lo que le quedaba de vida. Rechazó victimizarse, optó por mantener una actitud positiva y pese al dolor, porque claro que su cuerpo lo experimentaba, no dejó de iluminar a otros con su sonrisa bella que contagiaba una paz interior sobrecogedora.
La muerte siempre es un misterio, también un sufrimiento terrible e inenarrable, usualmente difícil de sobrellevar, para quienes más aman y deben afrontar la pérdida. Quizás porque a todos, más temprano que tarde, nos alcanzará irremediablemente, sea en tercera o primera persona, las reflexiones de Gloria Espinosa acerca de la inminencia de su partida nos aproximaron a ese enigma indescifrable. Con toda honestidad debemos reconocer que no nos gusta hablar de la Parca, pese a que es lo único seguro que tenemos desde nuestro primer aliento, a decir verdad.
Apostar por vivir es lo más natural del mundo, sería descabellado no hacerlo. Pero tampoco está de más meditar alguna vez sobre el valor que se debe tener para abordarla con el debido respeto si la sentimos cerca. Qué bueno sería poder tener en lo posible buenas despedidas para festejar con plenitud la memoria de los ausentes, para evocarlos en sus momentos gratos, felices y placenteros. Nada distinto a celebrar al máximo todo lo que nos dieron e intentar llorarlos menos.
Por supuesto que no será fácil, pero un primer paso podría ser entender que la muerte está ahí, en todas partes, como un elemento esencial del ciclo vital, al igual que el amor. Ese sentimiento tan poderoso es lo que nos hace fuertes en medio de nuestra profunda debilidad, cuando no nos queda más que asumir la partida de quienes tanto amamos.
Eso es justamente lo que más conmueve de la apasionante historia de Gloria Espinosa, quien celebró hasta el límite de sus fuerzas la última etapa de su existencia como preámbulo de su irremediable muerte, que no la encontró complaciente ni claudicante. Por el contrario, esta imbatible mujer decidió que la dignidad demostrada ante lo ineludible, la placidez que sustentó su espíritu combativo, y el estoicismo con el que encaró su infortunio serían las herencias que dejaría a quienes la conocieron, también a los que no tuvimos el gusto de hacerlo, tras su marcha.
Dicen que la voz perdura como un legado en el alma de los otros, por eso la evocamos a través de las palabras que nos compartió durante la entrevista que la periodista Keyla Ospino le hizo en julio pasado: “Quiero que me recuerden con toda la paz que les brindé, con toda mi esencia y tranquilidad. Estoy preparada para irme”. Buen viaje Gloria, gratitud por ser estandarte de valentía, fortaleza y esperanza. Un fuerte abrazo a su esposo, hijos, resto de familiares y amigos.